Séptimo día

Corazón de Cristo y Corazón de María

Soy la esclava del Señor. Hágase en mí según su palabra (Lc 1,38). Junto a la Cruz estaban su madre, la hermana de su madre, María de Cleofás y María la Magdalena. Jesús, viendo a su madre y al lado al discípulo predilecto, dice a su madre: Mujer, ahí tienes a tu hijo. Después dice al discípulo: Ahí tienes a tu madre. Desde aquel momento el discípulo se la llevó a su casa (Jn 19, 25-27).

EL CÁNTICO DE MARIA

Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador, porque ha mirado la humildad de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el poderoso ha hecho obras grandes por mí. Su nombre es santo su misericordia llega a sus fieles de generación en generación.

El hace proezas con su brazo. Dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos colma de bienes y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel su siervo, Acordándose de la misericordia como lo había prometido a nuestros padres en favor de Abraham y su descendencia siempre (Lc 1, 46-55).

MEDITACIÓN

Señor Jesús, acabas de instituir la Eucaristía y el sacerdocio. Has dado a tus amigos ejemplo del más humilde servicio. El traidor ha salido a su tarea. Tu agonía y tu proceso han puesto de manifiesto la maldad del hombre y tu dignidad de Hijo del hombre. Ha llegado tu Hora. Desencadenamiento del Mal y cumbre del Amor.

En el momento en que vas a entregar tu vida y te ofreces al Padre por nuestra salvación, quedas abandonado de todos los tuyos; pero María, tu madre, algunas mujeres y el discípulo amado están allí. La más amante y cercana a tu Corazón, María, está en pie al pie de tu cruz. En la fe comulga con tu ofrenda su corazón de madre, lo mismo que ha comulgado con tu vida entera. El sí de la Anunciación se ensancha ahora en un sí de amor al misterio de nuestra redención. Juan, el discípulo, está allí; te contempla crucificado, y a su vez, te da su sí de discípulo: “Su testimonio es verdadero, para que también ustedes crean” (Jn19, 35).

En un gesto supremo de amor, nos das a María para que seamos sus hijos y nos la das a Ella para que sea nuestra Madre. Ella es el don de tu Corazón a la Iglesia y la Iglesia es el don de tu Corazón a María. Por tu Espíritu amplias su corazón maternal a la dimensión de la multitud de hijos de Dios. Desde entonces nos lleva a todos en su corazón de Madre. Por el don del mismo Espíritu, creas en nosotros un corazón de hijos de Dios; pones en nosotros tu amor a María, Madre tuya y nuestra. Ella es, en verdad, Nuestra Señora del Sagrado Corazón. Contigo, elevada a la gloria del Resucitado, no cesa de amarnos y de unir su intercesión a la tuya.

Confiarnos en este único amor. Con el discípulo Juan, acogemos con ternura y reconocimiento a María, Madre tuya y nuestra. La recibimos entre nosotros, dentro de nosotros, en nuestros hogares, en la Iglesia, en nuestro mundo. Con ella adoramos tu amor maravilloso. Con ella, humilde servidora del Señor, querernos amar y servir a Dios y a nuestros hermanos. Como ella y con ella, que “Conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón” (Lc 2,19). Te pedirnos, Señor, que fuiste traspasado por nuestros pecados.

ORACIÓN

Imploramos tu perdón por nuestras faltas: Te suplicamos por todos los que están en necesidad y sufrimientos. Te pedimos por todas las madres tierra, por los que sufren desamor, por los enfermos, por las personas ancianas, te pedimos por quienes no te conocen. Con María, te ofrecernos nuestro pobre amor para que lo unas a tu ofrenda. Con María, cantando tus maravillas, te bendecimos a Ti, que haces cosas grandes en favor nuestro, a Ti que enalteces a los humildes y a los hambrientos los colmas de bienes, a Ti que te acuerdas de tu misericordia, por los siglos de los siglos.