“HOMBRES SIMPLES Y SIN INSTRUCCIÓN”.

Padre Arturo Pichardo Díaz

Leer y meditar las lecturas del sábado de la octava de Pascua nos da la oportunidad de volver al origen de la Iglesia en cuanto a las personas que la integraron, los discípulos y discípulas de la primera hora. Eran “hombres simples y sin instrucción”, hechos 4, 13. Pero no sólo hombres, también mujeres, como la Magdalena, primera testigo de la Resurrección del Señor y otras más. De la Magdalena, nos dice San Marcos, que Jesús había expulsado siente demonios, Mc 16,9 y que además, había sido una pecadora pública, a quien el Señor le dio la gracia de la conversión, de ser una discípula fiel y comunicadora de la Buena Noticia de su resurrección.

Del grupo de los Apóstoles sabemos que eran en su gran mayoría pescadores, “gente de poca letra’, ninguna fama ni apellidos sonoros.

Esta reflexión nos ayuda a entender aquella oración de Jesús lleno de gozo y del Espíritu Santo: “Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes y se las has revelado a gente sencilla”, Lc 10, 21.

Todo lo contrario lo hemos leído en el proceso de la Pasión y muerte de Jesús, y en estos días en el libro de los hechos de los Apóstoles, del otro lado están; el Sumo Sacerdote, los fariseos, maestros de la ley, saduceos, etc., es decir, las estructuras del poder religioso, económico y político de Israel que no creyeron en Jesús, lo sometieron a muerte y luego persiguieron a los discípulos de Jesús.

Es justo decir que hubo excepciones, como fue el caso de Nicodemo y José de Arimatea, quienes pertenecían a las citadas estructuras, pero que creyeron en Jesús y tuvieron la delicadeza de darle sepultura al Señor como merecía. Hubo también mujeres pudientes que creyeron en Jesús, lo ayudaban con sus bienes durante desempeñó su misión y luego colaboraron con los Apóstoles.

Los discípulos, que al principio estaban torpes, con mentes embotadas, una vez reciben el Espíritu Santo, se convirtieron en hombres nuevos, indetenibles, dando testimonio de la resurrección de Jesús y en el anuncio de la Buena Nueva; con una sabiduría que sorprendía a los jefes del pueblo.