Cuarto día

El Maestro manso y humilde de Corazón

“Vengan a Mí quienes se sienten cargados y agobiados y yo los aliviaré. Carguen con mi yugo y háganse discípulos míos, porque soy manso y humilde de Corazón y se sentirán aliviados. Pues mi yugo es llevadero y mi carga ligera” (Mt 11,28-30).

“Maestro, tú eres el Hijo de Dios…” (Jn 1, 49).

SALMO 25 (24)

Señor, mi Dios, a ti levanto mi alma. En ti confío, que no sea avergonzado, que no se alegren mis enemigos.

Los que esperan en ti nunca serán confundidos; pero lo serán aquellos que quieren engañarte. Señor, muéstrame tus caminos y enséñame tus sendas.

Guíame en tu verdad, enséñame tú, que eres mi Dios y Salvador. Todo el día ando confiado, esperando tus favores, Señor.

Señor, no olvides que eres compasivo y bondadoso desde toda la eternidad. No recuerdes los pecados y extravíos de mi juventud; Señor, acuérdate de mí según tu misericordia.

El Señor es bueno y recto; por eso muestra el camino a los extraviados; dirige a los humildes en la justicia y enseña a los pobres el camino.

Todas sus sendas son amor y lealtad para el que guarda su alianza y sus preceptos.

MEDITACIÓN

Maestro bueno, Señor Jesús, que llamas a numerosos discípulos para que te sigan. Los eliges para estar contigo; viven en tu compañía; acogen tu enseñanza. Les envías a llevar la Buena Noticia y a preparar tu venida. Llamas a los pobres, a los humillados, a los desamados, los que no cuentan, a los pecadores, a los excluidos. De todos ellos haces el pueblo de la Nueva Alianza, la familia de Dios.

Muestras al verdadero Dios, que es el Padre de todos y Padre tuyo. Manifiestas su voluntad: la vida y felicidad de sus hijos. Hablas con autoridad, para liberar a tus hermanos del yugo opresor de los dioses falsos, que se fabrica el ser humano. No tienes más que un mandamiento: Amar al Padre con todo el ser y amarnos los unos a los otros como Tú nos amas (Mc 12,30-31). Eres el Camino, la Verdad y la Vida (Jn 14, 6). Nos abres el paso a la casa del Padre. Resucitado, nos precedes mediante la muerte para introducirnos en la felicidad que no termina. Eres el verdadero Maestro de la esperanza, de la vida y de la alegría.

Con tus discípulos de todos los tiempos y países, de todas las lenguas y culturas, venimos a tu Corazón manso y humilde, para tomar tu yugo y entrar en tu escuela. Con todos los que sufren bajo el peso de la ignorancia del verdadero Dios o del error, nos volvemos a Ti para encontrar el camino, la verdad y la vida.

Con todos los desanimados por la debilidad o el pecado y prisioneros de la soledad, venirnos a Ti, para recibir el perdón de tu Corazón y celebrar la alegría del reencuentro.

ORACIÓN

Bendito seas, Maestro bueno, por tanto amor. Bendito seas por elegirnos, llamarnos y enviarnos. Bendito seas por tu palabra de luz y de paz. Continúa siendo nuestro Camino de Verdad y de Vida, cuando los dioses falsos de nuestro tiempo nos hacen perder el sentido de la vida. Quédate con nosotros en este mundo donde el débil sufre la injusticia. Haznos fuertes en la fe, animosos, sin odio ni violencia para comprometernos en el servicio a nuestros hermanos y hermanas. Danos la paz de tu presencia cuando, como discípulos amedrentados, nos encerramos en nuestras flaquezas. En la turbación, sé nuestra fuerza y guía. Maestro, Tú eres el Hijo de Dios; “¿a quién vamos a acudir? Tú dices palabras de vida eterna” (Jn 6, 68). “Nos has hecho para Ti, Señor, y nuestro corazón no descansa hasta que repose en Ti” (San Agustín).

REFLEXIÓN

“La Palabra salida del Corazón del Padre hace surgir de la nada el mundo; y del Corazón del Verbo Encarnado, traspasado en el Calvario, veo yo salir un mundo nuevo. Y esta creación, plena de grandeza y fecundidad, inspirada por el amor y la misericordia, es la Iglesia, que la perpetuará en la tierra hasta la consumación de los tiempos” (Julio Chevalier, 1900).